Cuando no se conoce al enemigo todo el mundo lo defiende y elogia, porque está bien atrincherado.
Javier Marín Agudelo
Yo, desde el oscuro sentido de mi corazón
Yo, a través de los ojos que miran hacia el mundo, de la voz que emite las ideas que mi voz ejecuta en sonidos, de los movimientos que ejecutan las órdenes que mi cerebro emite. Desde la superioridad que me viene de la concepción de ser de una raza de hombres elegidos, de nación próspera, organizada y disciplinada; de la corriente de la Historia que ha enseñado que los de mi pueblo son indomables e irreducibles; desde el tiempo en que las cosas de la vida sirvieron para que mi mundo encontrara la dificultad y la remontara; desde el torcido camino que guió los pasos de mi vida y me hizo penetrar de la idea de que solo luchando con cualquier arma podría llegar a la cima de mis sueños. Desde ésta altura he declarado: Yo soy de una raza superior.
Debajo de mis pies un pueblo ha sido apisonado. Mi intención era borrar todo vestigio de su existencia de la faz de la Tierra porque el odio que me inspiraba era tal que solo desapareciéndolo mi corazón hallaría la luz que necesitaba. Pero, yo, desde el oscuro sentido de mi corazón solo pude entender que mi lucha debía pasar por el extermino, por la reducción a la nada, por borrar incluso su nombre de las letras de la Historia. Y no podía haber otro modo de que mi corazón fuera iluminado. Inicié guerras, puse bajo mis pies a hombres títere que compartían mi ilusión y mi esperanza; los reduje a la obediencia más ignominiosa solo por probar que tanto yo como mi pueblo pertenecíamos a una raza superior. ¿Y qué queda hoy de aquella ilusión, de aquella esperanza? Un pueblo renacido de las cenizas y otro pueblo que continuamente pide perdón al mundo por mi actuación execrable e ignominiosa, y una memoria que solo los más tiranos que aún quedan en el mundo se atreven a elogiar e intentan emular a sabiendas de que una bandera de la libertad siempre estará ondeando en lo más alto de una cima, ésta ya no de la tiranía, sino de la más amplia y quizá libertaria democracia que no cesa en su empeño de reducir todo intento de tiranía a la nada.
Pero yo, que reduje la expresión de la libertad a una enorme ovación de mi propio nombre, de mi ideología y de mis aspiraciones más personales; que alimenté a mi pueblo, necesitado de alguien que lo sacara de la miseria y le diera glorias sustrayéndolo de la condición humillante en que se encontraba, con las ilusiones más falsas, jamás pude contemplar con buenos ojos que otros hombres pudieran encontrar libertad y felicidad donde yo solo veía oportunidad de sembrar desdicha y desesperanza. Caprichos sin duda de mi vida que se inscribió en los libros de Historia con letras negras que simbolizaban la muerte, la desesperanza. Quise hacer la Historia por mí, para mí y para mi pueblo, y en ésta durar más de mil años. Pero, fenecí por mi propia mano en un reducto fortificado donde pocos hombres y una sola mujer me acompañaban. Fieles, incluso sabiendo de mis desvarios, hasta la muerte. Que descansen en paz aquellos. Y la Historia no olvide mi miserable acción que quedará por siempre como una gran vergüenza, como una mancha negra en la historia de mi pueblo y para la especie humana.
Ricardo de la Tierra.
Madrid, febrero de 2012
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