Una mirada, un beso; el aire de tu aliento rozando mi piel.
El sonido de tus palabras como remansos meciendo mis neuronas.
El árbol que deja caer sus hojas sobre tu cuerpo
y me trae el rumor de tu expresión de contento.
Una sonrisa cuando la lluvia cae
y te extasias viendo un pájaro sacudir sus alas al aire,
me dice que tu querer al viento le entregas
y que él tu figura etérea labra en mil laminillas de color,
y a mis ojos la atrae.
El sol en la mañana y el sol en la tarde
que el pintor con su pincel retrata,
recoge sobre tu cara las luces del universo
para enseñar al mundo tu belleza, como belleza de hadas,
y a mí me dice que en el fragor de la llama
que a millones de kilómetros se funde y derrama,
tu belleza atrapa para descubrir entre las infinitas luces
una luz como la tuya habitando para hacerme sentir luego,
cuando a mi cuerpo baja, el calor intenso que la pasión reclama.
Sensualidad, un llamado a la sensualidad suprema
vista en el rocío de la mañana sobre tu cuerpo yermo esperando mis brazos
para rodear tu cuerpo, brazos que acariciarán la hierba
sobre la que tu ser descansa.
El color en la flor de los pétalos surge como encanto de una sonrisa
que se eleva desde tu rostro hacia el cielo.
Y allí tiende un hilo invisible con el mundo a sus pies extendido
para hacerlo vibrar con la emoción que desde su interior le recorre
y se muestra en esa sonrisa.
Arrebatado desde la profundidad de su ser,
un aliento de vida en sinuosas formas y cadenciosos y alucinantes movimientos
danza entrando en el juego de sensaciones
que a su cuerpo a la espera de experiencias fuertes e intensas
atenaza.
Ricardo de la Tierra
Móstoles, enero de 2012
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