Eslabones intangibles que atan cadenas en mis días.
Oro, acero, hierro, bronce, cobre, igual da. Son ataduras.
Ligan mis sentimientos a mis ideas y el mundo vive en éstos
ordenando y señalando el día a día y cómo se ha de vivir.
Si pudiese romper ataduras, todas,
o al menos aquellas más crueles conmigo,
prejuicios, engaños, hipocresías, lastimeras frases de compañía,
entonces una a una, como pedazos de desperdicios
las expulsaría al día de mi vida.
Sin embargo, ataduras invisibles, aún ésas,
encubiertas tras la máscara de una cara sonriente,
viven eternamente en lozanía como el agua fresca
y el rocío en la mañana.
Ataduras en pesadumbre o ataduras en dolor;
de las que los recuerdos forman parte
cuando el pasado es una suma de eslabones de amargura, sangre, sin sabor.
Uniones ingratas que en la vida pesan sobre uno
como el mundo sobre Atlas, o como la pesada carga sobre la mula o el asno
cuando patean por caminos empedrados.
Ataduras de los días que pasan
y van acercando final ineludible donde el fin de toda ilusión
y esperanza rompe con cualquier clase de cadena,
lazo o forma de unión con la vida. El fin.
Ricardo de la Tierra
Frebrero 25 de 2012