"¿De dónde eres?". Ésta pregunta me la hizo una persona en una ocasión, quien denotaba la plena seguridad que tenía de que yo le iba a responder según la costumbre. Pero quedó perpleja y desconcertada cuando le respondí: "Nací en Colombia". Clavó su mirada en mí, como esperando una explicación; al no recibirla, preguntó: "Es que te da vergüenza decir de dónde eres?". En ésta ocasión fui yo quien se quedó mirándola, acompañando la mirada de una ligera sonrisa de satisfacción. No tenía razón para malgastar el tiempo explicando mi filosofía acerca del origen de las personas con alguien que tenía la mente acostumbrada a recibir siempre la misma respuesta.
Es algo curioso que a las personas nos acostumbren desde pequeñas a decir esto o aquello y a decirlo de tal o cual manera. Es algo curioso que tengamos que preguntar siempre lo mismo y responder siempre de la misma manera. Es algo curioso comprobar cómo no dedicamos ni siquiera un segundo a variar tanto la pregunta como la respuesta. ¿Qué tal si pensamos? ¿Cómo nos iría si gastásemos un poco más de tiempo en estrenar nuestras neuronas e ir más allá de la lección aprendida? Creo que daríamos un vuelco completo a nuestra vida y a la vida de la sociedad.
En un tiempo de cambios profundos (bueno, siempre ha habido tiempos así), en que es común oír hablar de las migraciones humanas que van de África a Europa, de Asia a Oceanía, de Latinoamérica a Norteamérica, causa cierto disgusto escuchar todavía a las personas preguntar, con un asomo de inocencia, de dónde es alguien. Sé que es necesario o conveniente adoptar una identidad; pero también sé que en un mundo demasiado interrelacionado, en el cual las distintas culturas se están comunicando cada vez más estrechamente y se está posibilitando la construcción de una cultura común, más universal, sería conveniente empezar por eliminar las barreras mentales y psicológicas que se crean cuando a alguien se le pregunta de dónde es y este alguien se ve obligado a dar una respuesta satisfactoria a quien pregunta.
Todos o casi todos sabemos que aún hoy existe discriminación hacia diferentes grupos humanos, y que dependiendo de dónde haya nacido alguien se le da un trato preferente o no. Por ejemplo, si el hombre de Neanderthal todavía anduviera por estos caminos, se le impediría entrar en los llamados "Países occidentales" por el solo hecho de no tener las características ni el origen esperados.
Sigue siendo una lacra de nuestro tiempo, quizá harto bien disimulada a través de campañas de todo tipo, la discriminación por origen. No se consigue disimular el disgusto que a muchas personas de países ricos les produce el encuentro con personas de otras latitudes, distintas a las de su entorno.
¿De dónde eres?, puede representar, sin duda, una manera de diferenciar a una persona de otra, obligarla a reconocer su origen y las condiciones bajo las cuales ha vivido y qué posición ocupa o debe ocupar en el lugar de destino.
Si el asunto tratara -como algunos idealistas han pretendido- de universalizar la presencia humana, de tal modo que no se diera ninguna clase de discriminación por el origen de una persona, creo que el alcance de esa pregunta se limitaría solamente a identificar un lugar geográfico y nada más. Bastaría esta información para adquirir un poco más de cultura e interesarse en descubrir un lugar desconocido para uno, sus costumbres y otras cosas más. Pero las cosas no quedan en ésta dimensión. El complejo sistema de relaciones que hemos constituido da lugar a la creación de subparcelas emocionales, psicológicas y mentales de profundo influjo que, de manera solapada, impactan en un sentido negativo en el receptor de la discriminación y acentúan las diferencias entre una y otra persona, haciéndolas depender de la procedencia de cada una de ellas.
Creo que la adquisición de una cultura universal por parte tanto de los discriminados como de los que discriminan, podría ayudar a romper en parte este esquema. Podría, incluso, contribuir a construir un sistema de relaciones más abierto que comprendiera la aproximación indistinta a personas nacidas en diferentes lugares de la Tierra. ¿Una utopía? No sé. Quizá desde algún frente social ya se esté trabajando para hacerlo realidad.
Alimentemos desde ahora la esperanza, con acciones concretas, porque un día cualquiera, en un futuro, la Humanidad pueda ver, sentir y pensar a los otros como sus semejantes y no como los "extranjeros", venidos de un país ajeno e inferior. Tal vez suceda.
Alimentemos desde ahora la esperanza, con acciones concretas, porque un día cualquiera, en un futuro, la Humanidad pueda ver, sentir y pensar a los otros como sus semejantes y no como los "extranjeros", venidos de un país ajeno e inferior. Tal vez suceda.
Javier Marín Agudelo©2016
Escritor y Ensayista
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