En mi opinión, nadie es capaz de escapar al dolor por muy feliz que se muestre a los ojos del mundo. La felicidad es una de las caras que el mundo ve y desea ver, y el dolor está exactamente en el lado opuesto: ni lo ve ni desea verlo.
El hombre tiende a engañarse y a creer ver en otras personas lo que supone no tiene él. Por este motivo cuando una persona se encuentra con otra, muestra la tendencia a presuponer que esa persona es feliz porque sonríe, y cuando cuenta historias de su vida, solo relata las más gratas. En ésto muchos nos equivocamos.
El semblante y las palabras de esa persona no tienen porqué revelarnos todos los detalles de su historia. Adentro, donde la persona identifica y selecciona sus ideas y sus pensamientos, es muy probable que permanezca guardado un secreto de su vida que no quiere contar, porque no le place o porque sabe que el contarlo solo le supondría dolores de cabeza innecesarios. Entonces se calla. Y tal vez tenga la oportunidad de saber cuánto se equivocan los demás con su historia cuando aparentan ignorar su procesión interior.
Todos o casi todos los dolores y todas las angustias de una persona casi siempre los lleva por dentro. Al mundo solo le deja ver una parte para su curiosidad y entretenimiento. Sin embargo, quien protagoniza su propia vida aprende bien pronto a torear esas peripecias y sonríe con cierta ironía por dentro cuando escucha las palabras, que son rumores, de quienes se animan a sí mismos hablando de otros: "Ese sí que vive bien". ¡Ay, ay, ay! Cuán necias e insulsas son las palabras cuando únicamente retratan las apariencias.
Javier Marín Agudelo
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