Madrid, 28
de diciembre de 2011
Mi vieja toalla
Del toallero del baño cuelga mi vieja toalla. Yo la miro cada mañana cuando voy a bañarme y
encuentro que ella representa para mí algo entrañable.
Es una vieja toalla, sí.
Y esa vieja toalla, que hoy presenta manchas negras e hilos rotos, ha
estado durante años presente para secar mi cuerpo, para secar mis manos. Y ha estado, y ha ido mudando de aspecto sin
que yo lo percibiera; sin que me diera cuenta que su vejez iba arrastrando la
mía poco a poco, hasta el día en que ver sus hilos rotos sería como ver los
pelos grises de mi cabeza manchando la superficie blanca de la bañera.
Mi vieja toalla ha perdido el color. Ya no es amarilla como lo fuera cuando
nueva. Y ha perdido el brillo y la
dureza. Y, en cambio, es ahora pálida,
casi transparente y ligera como una hoja de papel. Pero sigue ahí, colgada del toallero del
baño. Y algunas veces pienso si tirarla
sería lo mejor, y poner en su lugar una toalla nueva. La imagino en la basura.
No consigo decidirme, porque mi toalla vieja todavía
seca. Y aunque fea y quizá algo
deshecha, ha estado ahí, pendiendo del toallero durante diez años, sirviéndome
de día y de noche.
Mi toalla vieja es otra de mis prendas queridas, que me ha
acompañado en viajes y ha arrastrado consigo una cantidad de agua de río y de
piscina. Entonces también la llevo en
esos recuerdos.
Mi toalla vieja estará aún ahí, colgando del toallero uno y
otro día, hasta que caiga a pedazos o llegue el momento en que yo decida
cambiarla por otra que acompañe por largo tiempo mi vida y forme parte de mis
recuerdos.
Javier Marín Agudelo©
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