Hubo un día que hubo un día que la historia contaba que hubo hombres con capacidad y decisión para llevar a la humanidad por un sendero de progreso, igualdad y esperanza. Pero también hubo el día en que sobre el sendero empezaron a caer piedras y luego toda una montaña, y los hombres capaces y decididos a los cuales se les había puesto sobre pedestales inalcanzables, alcanzaron a ver, algunos, cómo se venían abajo también las esperanzas.
No hay tiempo ni hubo un tiempo sin un día en el cual hubo un día que registrara una historia, una experiencia, una vida; el momento de esta vida. No hubo un día en que alguien no derramara una lágrima en cualquier rincón del planeta u otro alguien no riera; ni tampoco otro en que no hubiera un nacimiento o se registrara una muerte. No hubo ni día ni lo habrá en que un hombre no vea a otro con aires de superioridad y se crea un dios con derecho a regir sobre lo divino y lo humano.
Hubo un día en que los hombres soñaron con los dioses y creyeron ser ellos. Y habrá un hubo un día en que los hombres volverán a soñar con ser dioses y creerán en ellos como tal. Ese hubo quizá tarde largo tiempo en llegar. Pero llegará. ¿Quién podrá borrar de su mente ese hubo un día quiso batir la frontera del tiempo y el espacio para ir del otro lado, supuesto, en el que no hay ni lo uno ni lo otro, sólo dioses?
Habrá hubo un día en que la historia de los hombres cuente de nuevo acerca de descubrimientos y conquistas, de hombres arriesgados y visionarios; acerca de enfermedades y de sus remedios; acerca de fieles y ateos; acerca de guerras y paz.
Habrá hubo un día que alguien recuerde como el más importante de su vida y que no esté registrado en la historia ni en el tiempo ni en el espacio. Ese será posiblemente el día en que hubo un día de hombres dioses.
Javier Marín Agudelo
lunes, 30 de diciembre de 2013
martes, 24 de diciembre de 2013
Hubo un día. (Parte I)
La historia relata experiencias reales, de hombres y de mujeres mortales que se asemejan a leyendas. La historia registra momentos de descubrimientos y conquistas, de tragedias y felicidades. La historia cuenta que hubo un día en que un hombre miró al firmamento y descubrió una estrella; cuenta que hubo un día en que un hombre descubrió allende los mares otra tierra, cuenta que hubo un día en que un hombre partió de su tierra hacia el Asia para conquistarla. También cuenta que hubo un día en que muchos hombres y muchas mujeres creyeron ver en un semejante al dios que esperaban.
La historia cuenta que hubo un día y otro día y uno más y muchos más días en que hombres y mujeres trasegaron por los desiertos, por aldeas, pueblos y ciudades buscando cómo subsistir, cómo someter a otros, buscando una trinchera en la cual pudieran resguardarse durante la batalla.
Hubo un día entre muchos días que el hombre avistó las sirenas que intentaron cautivarlo; y conoció los minotauros adentrándose por los laberintos. Y hubo un día lejano, jamás registrado por el calendario, en que hombres desconocidos visionaron la posibilidad de pintar sobre las piedras de una cueva lo que veían sin imaginar que habría un día hombres capaces de admirarse de su obra.
Hubo un día de hombres libres que empezaron a ser esclavos para luego soñar durante siglos que algún día serían de nuevo libres. Hubo un día de muchos y diferentes dioses a los que dos o tres dioses, de los cuales se creía eran superiores a cualquier otro, asesinaron. Ese día y esos dioses fueron arrancados de sus raíces, pisoteados y dados a la carnicería junto a los hombres y las mujeres que los adoraban. (Continuará).
Javier Marín Agudelo
La historia cuenta que hubo un día y otro día y uno más y muchos más días en que hombres y mujeres trasegaron por los desiertos, por aldeas, pueblos y ciudades buscando cómo subsistir, cómo someter a otros, buscando una trinchera en la cual pudieran resguardarse durante la batalla.
Hubo un día entre muchos días que el hombre avistó las sirenas que intentaron cautivarlo; y conoció los minotauros adentrándose por los laberintos. Y hubo un día lejano, jamás registrado por el calendario, en que hombres desconocidos visionaron la posibilidad de pintar sobre las piedras de una cueva lo que veían sin imaginar que habría un día hombres capaces de admirarse de su obra.
Hubo un día de hombres libres que empezaron a ser esclavos para luego soñar durante siglos que algún día serían de nuevo libres. Hubo un día de muchos y diferentes dioses a los que dos o tres dioses, de los cuales se creía eran superiores a cualquier otro, asesinaron. Ese día y esos dioses fueron arrancados de sus raíces, pisoteados y dados a la carnicería junto a los hombres y las mujeres que los adoraban. (Continuará).
Javier Marín Agudelo
miércoles, 18 de diciembre de 2013
El bueno y el malo
Había que reconocerse como bueno o malo en su profesión, porque era necesario situarse en una posición real en la vida abandonando falsas e ilusorias pretensiones. Creo que éste reconocimiento no significa una renuncia a la lucha, al esfuerzo requerido para mejorar indudablemente. Es una confrontación consigo mismo de cualquier persona, capaz de transmitirle la sensación de libertad para hacer conforme a las condiciones reales y exigencias individuales.
Siempre me situé en el grupo de los malos porque no alcanzaba a ser más. No he podido saber jamás qué razones había para que no pudiera pasar de ahí, y ahí seguía. Ser el mejor de los peores, o, ser el peor de los mejores no es ningún logro y no da lugar a experimentar orgullo valedero. Pero, ¿qué se puede hacer para cambiar este orden de la vida? En realidad, no sé; y creo no ser capaz de descubrirlo. Hay actitudes y condiciones de nacimiento imposibles de cambiar, contra las cuales ningún esfuerzo puede hacer en absoluto nada. Si es así en mi caso, ¿de qué serviría algún esfuerzo?
Jamás se logrará saber, con toda exactitud, de qué es capaz una persona, cuáles son sus potencialidades. En mi caso, por supuesto, ésto está hecho. Escribo, por ejemplo, en la seguridad de que lo que escribo y cómo lo escribo se haya inscrito en la clasificación de lo mejor de lo peor. En ésto no pierdo razón. No se debe engañar uno de continuo, como tampoco dar rodeos innecesarios. Si no se ha conquistado jamás una meta X, es debido a la incapacidad. De qué vale buscar y rebuscar explicaciones para justificar una situación personal.
No valdría la pena dedicarle tiempo a una preocupación como esta, es posible que no represente tanto como se le asigna; y es probable que más se asiente su importancia en el beneplácito ajeno que en la necesidad personal. ¿Por qué tendría que buscar con mi trabajo la satisfacción de quienes me rodean? La creación no es cosa de gustos. Además, lo que hace cada persona jamás puede gustar a todo el mundo, y es probable que solo le guste a una sola persona: la que lo crea. Ya tiene su validez. De ella en adelante el mundo puede caer y su opinión no importar en lo más mínimo.
Se es bueno o se es malo, dos situaciones o dos conceptos con relativa validez. Quien pudiera calificar se atrevería a castigar o a premiar según su juicio. Y para quien crea, ¿importa en realidad ese juicio? No debe pesar tanto la atención inmerecida a una opinión ajena y extraña a la creación propia. ¡Es única! Soñé con un árbol grande, de hojas negras, ramas largas y gruesas que se extendían por encima de la llanura, llegaban hasta la ciudad, trepaban por las paredes de los edificios y continuaban ascendiendo más allá de las estrellas. ¿Podría alguien imaginar ésto mismo? Jamás será capaz un crítico de situarse exactamente en la posición del creador. ¡Imposible! Si es bueno o es malo depende de gustos, y se dice que entre gustos no hay disgustos.
La libertad para hacer y crear se detiene cuando la precede la opinión externa. Se empantana el proceso y la esencia del asunto si en lugar de surgir de la fuente original se atiene a lo que otros esperan. Escribir se encuentra dentro de ésta línea. La libertad es necesaria, más allá de los límites obligados que el entorno presenta.
¿Qué dirán? Corta como una guillotina, pesa como toda la atmósfera terrestre sobre una sola cabeza. Se hace porque se quiere y se puede, y se deja de hacer bien porque no se puede, bien porque el qué dirán lo impida. Bueno, malo, un límite que demarca el terreno de la libertad y el terreno de la esclavitud. ¿Tiene uno que ceder su vida a ése verdugo? Las felicidades se van, se esconden; los placeres y las sensualidades huyen aterrorizados por el ojo del censor; la imaginación hasta fenece, y la ilusión pierde la luminosidad que le identifica.
Al bueno y al malo el trabajo les espera, bien para mejorar o para empeorar. Difícil es que con ese esfuerzo no se alcance un cambio. Cada persona en esto hace lo que puede. Demos un rodeo y ya estaremos viendo cuan independiente es lo que se hace del qué dirán. Se hace con el deseo de conseguir lo que se quiere fuertemente irrumpiendo por dentro, hirviendo la sangre. Arrasar con el furor interior todo lo que se oponga al cumplimiento del deseo, quiebra la oposición exterior.
Bendito miedo; o ¿maldito miedo? Aprendamos a hacer sin miedo; bueno o malo sin miedo. Escribir puede ser algo agradable, también aburrido; y también creativo. Leer puede ser igualmente las tres cosas en estrecha relación con lo que escritor y lector quieren hacer y encontrar. Los dos deben liberarse del miedo. Y aparte de ésto, abandonar cuando les plazca por la razón que sea. ¿No les gusta ni la escritura ni la lectura? Solución fácil: tírenlas. Nadie está obligado a hacer una u otra cosa. Cada uno que diga qué es bueno y qué es malo para sí mismo. Con relación a esta decisión, que los otros callen.
Javier Marín Agudelo.
Había que reconocerse como bueno o malo en su profesión, porque era necesario situarse en una posición real en la vida abandonando falsas e ilusorias pretensiones. Creo que éste reconocimiento no significa una renuncia a la lucha, al esfuerzo requerido para mejorar indudablemente. Es una confrontación consigo mismo de cualquier persona, capaz de transmitirle la sensación de libertad para hacer conforme a las condiciones reales y exigencias individuales.
Siempre me situé en el grupo de los malos porque no alcanzaba a ser más. No he podido saber jamás qué razones había para que no pudiera pasar de ahí, y ahí seguía. Ser el mejor de los peores, o, ser el peor de los mejores no es ningún logro y no da lugar a experimentar orgullo valedero. Pero, ¿qué se puede hacer para cambiar este orden de la vida? En realidad, no sé; y creo no ser capaz de descubrirlo. Hay actitudes y condiciones de nacimiento imposibles de cambiar, contra las cuales ningún esfuerzo puede hacer en absoluto nada. Si es así en mi caso, ¿de qué serviría algún esfuerzo?
Jamás se logrará saber, con toda exactitud, de qué es capaz una persona, cuáles son sus potencialidades. En mi caso, por supuesto, ésto está hecho. Escribo, por ejemplo, en la seguridad de que lo que escribo y cómo lo escribo se haya inscrito en la clasificación de lo mejor de lo peor. En ésto no pierdo razón. No se debe engañar uno de continuo, como tampoco dar rodeos innecesarios. Si no se ha conquistado jamás una meta X, es debido a la incapacidad. De qué vale buscar y rebuscar explicaciones para justificar una situación personal.
No valdría la pena dedicarle tiempo a una preocupación como esta, es posible que no represente tanto como se le asigna; y es probable que más se asiente su importancia en el beneplácito ajeno que en la necesidad personal. ¿Por qué tendría que buscar con mi trabajo la satisfacción de quienes me rodean? La creación no es cosa de gustos. Además, lo que hace cada persona jamás puede gustar a todo el mundo, y es probable que solo le guste a una sola persona: la que lo crea. Ya tiene su validez. De ella en adelante el mundo puede caer y su opinión no importar en lo más mínimo.
Se es bueno o se es malo, dos situaciones o dos conceptos con relativa validez. Quien pudiera calificar se atrevería a castigar o a premiar según su juicio. Y para quien crea, ¿importa en realidad ese juicio? No debe pesar tanto la atención inmerecida a una opinión ajena y extraña a la creación propia. ¡Es única! Soñé con un árbol grande, de hojas negras, ramas largas y gruesas que se extendían por encima de la llanura, llegaban hasta la ciudad, trepaban por las paredes de los edificios y continuaban ascendiendo más allá de las estrellas. ¿Podría alguien imaginar ésto mismo? Jamás será capaz un crítico de situarse exactamente en la posición del creador. ¡Imposible! Si es bueno o es malo depende de gustos, y se dice que entre gustos no hay disgustos.
La libertad para hacer y crear se detiene cuando la precede la opinión externa. Se empantana el proceso y la esencia del asunto si en lugar de surgir de la fuente original se atiene a lo que otros esperan. Escribir se encuentra dentro de ésta línea. La libertad es necesaria, más allá de los límites obligados que el entorno presenta.
¿Qué dirán? Corta como una guillotina, pesa como toda la atmósfera terrestre sobre una sola cabeza. Se hace porque se quiere y se puede, y se deja de hacer bien porque no se puede, bien porque el qué dirán lo impida. Bueno, malo, un límite que demarca el terreno de la libertad y el terreno de la esclavitud. ¿Tiene uno que ceder su vida a ése verdugo? Las felicidades se van, se esconden; los placeres y las sensualidades huyen aterrorizados por el ojo del censor; la imaginación hasta fenece, y la ilusión pierde la luminosidad que le identifica.
Al bueno y al malo el trabajo les espera, bien para mejorar o para empeorar. Difícil es que con ese esfuerzo no se alcance un cambio. Cada persona en esto hace lo que puede. Demos un rodeo y ya estaremos viendo cuan independiente es lo que se hace del qué dirán. Se hace con el deseo de conseguir lo que se quiere fuertemente irrumpiendo por dentro, hirviendo la sangre. Arrasar con el furor interior todo lo que se oponga al cumplimiento del deseo, quiebra la oposición exterior.
Bendito miedo; o ¿maldito miedo? Aprendamos a hacer sin miedo; bueno o malo sin miedo. Escribir puede ser algo agradable, también aburrido; y también creativo. Leer puede ser igualmente las tres cosas en estrecha relación con lo que escritor y lector quieren hacer y encontrar. Los dos deben liberarse del miedo. Y aparte de ésto, abandonar cuando les plazca por la razón que sea. ¿No les gusta ni la escritura ni la lectura? Solución fácil: tírenlas. Nadie está obligado a hacer una u otra cosa. Cada uno que diga qué es bueno y qué es malo para sí mismo. Con relación a esta decisión, que los otros callen.
Javier Marín Agudelo.
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